La pérdida y el renacer…
- Denia Agalianu
- 6 jun
- 3 Min. de lectura
¿Alguna vez has perdido a alguien que amabas profundamente?
¿Recuerdas cuánto tiempo te tomó volver a tu rutina?
¿Volver a sonreír sin culpa? ¿Hablar de esa persona sin que se te quebrara la voz?
El duelo es un proceso tan íntimo como inevitable. Nadie lo vive igual.
Pero si tú, que estás leyendo esto, has tenido que despedirte de alguien que amabas, sabes que el mundo no vuelve a ser el mismo.
Lo cotidiano cambia. Lo simple pesa. Y el alma se parte un poco, aunque siga caminando.
Hoy quiero compartirte mi experiencia. He tenido 3 perdidas muy importantes durante mi vida, primero fue mi abuelo, luego mi padrastro (en una edad muy complicada como lo es la adolescencia), y apenas hace unos meses Patroklos, mi gatito, mi primer bebé que me convirtió en mamá gatuna, el amor de mi vida.
Y no hay un solo día en que no los recuerde y que no los extrañe.
Porque la sanación después de una pérdida no es un proceso lineal.
Hay días en los que la luz parece asomarse, y otros en los que la sombra lo cubre todo.
En los días buenos, me aferro a lo que llena mi alma, a lo que aún tengo.
A pesar del dolor, elijo encontrar pequeñas razones para seguir.
Porque la muerte, aunque devastadora, deja una de las lecciones más profundas que he aprendido:
la certeza de que todo en esta vida es cíclico: vida, muerte, vida.
Los ciclos se cierran inevitablemente. Y ante la muerte, hay dos caminos: resistirse o aceptar.
Aceptar no significa dejar de sentir, ni olvidar, ni pasar página.
Aceptar es rendirse ante la realidad.
Es entender que no hay un tiempo definido para “superar” una pérdida, porque en realidad no se supera.
Solo se aprende a coexistir con el vacío.
Lo que más me ha sorprendido es descubrir la inmensa capacidad que tenemos los seres humanos para seguir de pie, incluso cuando el corazón está roto.
Y también comprender que, a veces, la muerte trae consigo una paz inexplicable.
Esta ultima despedida me enseñó la lección más poderosa: soltar.
Soltar el control, la expectativa, el deseo de que las cosas fueran distintas.
Me rendí ante lo inevitable.
Y al soltar, abracé el presente con más fuerza que nunca.
Hoy elijo quedarme con el amor. Con la gratitud de haberlo tenido en mi vida.
Con la paz de saber que ahora está descansando en un lugar que se parece mucho al paraíso.
Porque solo quienes han perdido algo realmente importante entienden cómo, de repente, todo pierde sentido… y a la vez, todo lo cobra.
Lo que antes tenía valor ahora no significa nada, porque cambiaría cualquier pertenencia por tenerlo de vuelta.
Siento que mis prioridades están cambiando.
Y yo también.
Pero el cambio es lo único seguro.
Así que aquí estoy: conociéndome de nuevo.
Reconstruyéndome.
Aprendiendo a vivir con propósito, con paz, con lo que hay. Y con lo que falta.
Perder me llevó a buscar respuestas más profundas.
A replantearme mi relación con la muerte, con el duelo, con el amor.
Por eso decidí estudiar Tanatología y Consejería de Duelo en ITEDU, un diplomado avalado por la Universidad Anáhuac.
Este diplomado llegó como una señal.
Me ha ayudado a comprender mejor mi dolor, y a transformarlo.
A sanar duelos antiguos que aún vivían en mí.
A entender que sin la muerte, la vida no tendría sentido.
Si tú también has pasado por una pérdida o estás atravesando una ahora mismo, quiero que sepas que no estás solo.
El duelo es un proceso sagrado.
Y si lo atravesamos con conciencia, puede convertirse en un camino de amor, transformación y renacimiento.
Y si sientes que este tema te toca profundo, ya sea para trabajar tu propio duelo o para acompañar a otros en el suyo, aquí te dejo el enlace de ITEDU por si quieres formarte en esta hermosa labor. https://itedu.mx/diplomado/
Gracias por leerme.
Gracias por acompañarme.
Gracias por permitirme cerrar este capítulo con el corazón más abierto que nunca.
—Denia 🤍.


